Olladas do Silencio

La Cámara de José tiene música

Antonio López 

Ir a trabajar con José fue una gozada.

Entras en parajes únicos, aunque no te muevas del Courel. Aprendes un montón de chistes, todos del trinque. Habla con tanta sensatez de sus amores (en música clásica y en fotografía) que hasta sientes un poco de pena por ti mismo por no ser abonado antiguo de la Sinfónica y por no haber asaltado mucho antes la biblioteca del CGAI. Tiene localizado, en cada pista, el mejor menú del día o la mejor carta. Y si coincide hablar de política, no pierde mucho tiempo: coge a Henry David Thoreau  y te da con su Waldenen la cabeza, para que entiendas la diferencia entre mal gobierno e anarquía. 

Hasta aquí las noticias, ahora va la cara B de su trabajo.

No es de parar al borde de las carreteras y solucionar la tarea en zapatillas. Dice que la gente y la naturaleza no empieza a tenerlas bien enfocadas mientras no meta la bota en mierda de vaca, no beba agua que aflore de una roca, no encuentre rastro de pasos de lobo y no beba vino espeso procedente de barril. Es muy puntilloso para escoger cementerio y, si no los explora todos, no descansa en paz. Montañas, valles y árboles… ahí  ¡entra en éxtasis! Un éxtasis tirando a exquisito:

 – ¿No te habías comprometido, amigo mío, a colocar en el cielo unas nubes bien algodonosas? Y con esa luz medio pútrida que me traes, ¿qué profundidad de campo esperas? ¿Y no decías que habías comprado en  Persia un cielo azul lapislázuli?

 – ¿Y qué más te da si, total, van a ser en blanco y negro?

 – ¡Pensarás que dan el mismo gris el azul cobalto, el azul zafiro o el azul ártico…!

 – ¡Ah! 

 No le importa retornar, una y otra vez, a los mismos escenarios: “hoy, las nubes no están por facilitar la composición”; “no veo las ramas de los árboles con ánimo de filtrarme a luz a mi gusto”; “perderemos el día si, en un par de horas, no cae una nevada decente”. Mientras es feliz (perdido entre montañas o fotografiando paisanos por las aldeas), ni padece ni conoce. Todo es Silencio. La mirada del halcón. La concentración de los mejores predadores (que son los que más desapercibidos pasan) para apresar en la mirada de sus retratados el orgullo de sentirse la última generación en saber pastorear estrellas. Cuando entra en celo, no hay chistes ni conversaciones agudas; insinuar el buscar donde comer es radicalmente improcedente; un bollo de pan y una lata de sardinas y… “andando ligerito, amigo, que no tenemos todo el día”. ¡Claro! ¡Como es de banda de los que, como Thoreau, actúan sabiendo que “los mejores placeres son los más baratos”…! 

 A todo esto, no conté que viaja con un trípode que tiene las patas de cemento, con una cámara de fuelle hecha en krugiodendron ferreum (madeira de palo de hierro) y cinco kilos de placas fotográficas. Que alguien  tiene que transportar.

 Lo dicho: trabajar con José en Courel fue una gozada. Su cámara tiene música: amansa. 

 Antonio López 

A Coruña, enero de 2018